“La perversión y la corrupción se disfrazan casi siempre de ambigüedad; por eso la ambigüedad no me gusta, ni confío en ella”
Por Roque Morán Latorre. Obrar con responsabilidad social sin acometer contra la corrupción es insólito. La tarea es ardua, peliaguda, hasta -muchas veces- decepcionante, pero no se la puede eludir. La corrupción es un monstruo con tentáculos de alcance inimaginable, se extiende a lugares y circunstancias que, en muchas ocasiones, ni nos percatamos. No nos admiremos si somos parte de ella, como culpables, cómplices o la encubrimos, de manera consciente o involuntariamente. Podemos pensar, simplona -pero implacablemente-, que la corrupción está en la otra gente, ¿pero yo… corrupto o corrupta? ¡Jamás!
Ese es el juicio regular de quien no se ha percatado que la corrupción está en la cotidianidad: cuando cruza un semáforo en color intermedio, cuando adquiere un CD pirata por menos de dos dólares; asimismo, cuando no ha pagado las licencias del software que está instalado en el computador de casa; se produce, a un nivel mayor, cuando se tiene, por ejemplo, la responsabilidad de compras de una empresa y llueven los regalos en la época navideña o, en otras épocas, se prodigan atractivos presentes que comprometen: viajes, “premios”; o también se encuentra en el profesorado que acepta un presente de su alumnado que requiere mejorar sus notas para aprobar el período.
El Global Compact, que se firmó en al año 2000, tenía, a la sazón, sólo nueve principios, el décimo, la lucha contra la corrupción, se lo generó en el 2004 y dice, textualmente, “las empresas deberán trabajar contra la corrupción en todas sus formas, incluyendo la extorsión y el soborno”. En aquella Cumbre de los Líderes del Pacto Mundial del 2000 se preconizó que el Grupo del Pacto Mundial incluiría ese décimo principio en contra de la corrupción que reflejaría el recién adoptado Convenio contra la Corrupción de las Naciones Unidas. La redacción del décimo principio, según lo acordado durante el proceso de consulta, impele a los adherentes al Pacto Mundial a sumarlo a todos las acciones de difusión e implementación.
El acogimiento del décimo principio compromete a participantes del Pacto Mundial, no sólo a evitar el soborno, la extorsión y otras formas de corrupción, sino también a desarrollar políticas y programas concretos para abordar el tema de la corrupción. Se torna imperativo que las empresas se unan a los gobiernos, a las agencias de la ONU y a la sociedad civil para crear una economía global transparente y libre de corrupción.
Una organización que dedica su esfuerzo y acciones para desenmascarar la corrupción es Transparency International, que nace en 1993, lucha contra ese monstruo de mil cabezas y trata de minimizar su impacto. “Su misión es promover los cambios que conduzcan a un mundo libre de corrupción. Se trata de una organización apolítica, que no realiza investigaciones de casos individuales, aunque en ocasiones trabaje con otras organizaciones que sí lo hacen. Publican regularmente varios índices mundiales de corrupción. También otorgan premios anuales a la integridad a aquellas personas que se hayan destacado por su lucha anticorrupción”.
Esta entidad cuenta con enemistades y gente detractora que cuestiona sus investigaciones, pues dicen que la mayor parte de sus publicaciones son efectuadas con base en percepciones y no fundamentadas en cantidades, cifras, datos, hechos tangibles y verificables. Lo cierto es que cada vez que difunden resultados de esas ‘percepciones’, arde Troya.
El Barómetro Global de la Corrupción 2009, de Transparency International (TI), trae un resumen ejecutivo, del que transcribimos algunos de sus acápites, resultado de una encuesta efectuada a 73.132 personas, en 69 países y territorios, entre octubre de 2008 y febrero de 2009:
1. Existe una preocupación creciente entre el público en general sobre la corrupción dentro del sector privado, que se trasluce en:
a. La mitad de quienes se entrevistó percibe al sector privado como corrupto, lo que representa un incremento marcado de 8% puntos porcentuales entre el 2004 y el 2009.
b. El público en general muestra una actitud crítica frente al rol que tiene el sector privado en el proceso de adopción de políticas de su país.
c. Más de la mitad de las personas encuestadas consideraba que frecuentemente se recurre al soborno para influir en políticas y reglamentaciones a favor de las compañías.
d. La corrupción es un tema que inquieta a quienes consumen.
e. La mitad de las personas entrevistadas manifestaron estar dispuestas a pagar un sobreprecio al comprar a compañías “libres de corrupción”.
2. A nivel global los partidos políticos y la administración pública son percibidos como los sectores más corruptos.
3. Los casos de soborno menor se perciben como cada vez más frecuentes en algunas partes del mundo, siendo las fuerzas policiales las receptoras más probables de los sobornos.
4. La ciudadanía común no se siente empoderada para denunciar la corrupción.
5. Se considera que los gobiernos no son efectivos en la lucha contra la corrupción; lamentablemente, esta opinión ha persistido en la mayoría de los países a través de los años.
Allende todas esas plausibles iniciativas y de las encuestas tabuladas, la discusión sobre la corrupción tiene una antigua dicotomía: ¿qué es corrupción en mayor grado, corromper o dejarse corromper? Enmudecida respuesta, porque en una sociedad en la que se opacan las virtudes humanas, personas corruptoras y corrompidas son, lastimeramente, protagonistas principales: en el ámbito de los negocios, de la política, de las ciencias, de las artes y ni siquiera el deporte se libra de ello; en un mundo donde el logro por el poder, a como dé lugar, es rutina incesante, que nos angustia, donde cunde la salvaje búsqueda de los bienes materiales, donde se mide la calidad del éxito con la vara del dinero, un mundo que destierra del léxico de los idiomas palabras como esfuerzo, sacrificio, servicio… ya lo grabó, en piedra, una mente sabia anónima: “Si no peleas contra la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ellas”.
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