Por Roque Morán Latorre. Como venimos preconizando, desde tiempo atrás, y lo seguimos manteniendo, estamos convencidos de que la RSE es –debería ser- un asunto de sentido común; mas, como ingrata sorpresa, constatamos de manera fehaciente que lo mencionado por Voltaire (1694-1778), filósofo y escritor francés, “sentido común no es nada común”, es muy aplicable a la RSE. Percibimos que hablar de “empresa” y de “responsabilidad social”, es decir, hablar de responsabilidad social empresarial, o corporativa, o como queramos llamarle -no importa el apellido-, resulta una redundancia pues, el emprendimiento de una organización, de por sí, connaturalmente, significaría responsabilidad social; es similar a decir “democracia participativa” o adjetivar al caos como “anárquico”. Igual, insólito resulta comprobar que la RSE pueda resultar paradójica, al determinar que las exigencias que esta trae, contraponen los más caros intereses de algunos –equivocadamente- llamados empresarios.
Ensayemos cómo explicarnos aquello que, sin embargo del impulso que se ha dado últimamente a la RSE, aún no termina de cuajar en ciertos ámbitos empresariales. ¿Por qué? Muchas y variadas son las causas. Y no hablamos sólo a nivel país, también hacemos referencia a otras latitudes. Quizás, una causa principal es la cultura de cada nación, inclusive, dentro de un mismo territorio, dependen su concepción y práctica, del nivel cultural de cada una de sus regiones. Depende también de la rigurosidad con la que se aplican las leyes en tal lugar, de la disciplina de la gente para cumplirlas pero, sobre todo, del grado de responsabilidad personal, de la forma cómo se ejerce la libertad. Esto mucho tiene que ver con que ciertas culturas requieren de control, mano firme, castigo riguroso por las faltas cometidas; allí no existe el auto control, auto disciplina o un ejercicio de la responsabilidad como hábito y se la lleva como una imposición. Y la RSE es ante todo un acto voluntario, soy socialmente responsable, como persona o como empresa, porque me da la gana, no porque algo, o alguien, me obligan.
Por otro lado, podríamos eficazmente establecer una “caracterología”, un análisis prolijo, y hasta hilarante, de las reacciones de algunos directivos empresariales, donde sus actitudes son tan diferentes como empresas existen. Ante el planteamiento de iniciar una ruta de RSE, las respuestas son tan variadas; de esas, las más comunes: “¿cómo incide esto en mi P y G, m? ¿No sería mejor esperar por tiempos mejores, donde el panorama se vea más claro? ¿Por qué no inician, antes, las empresas públicas? ¿Podríamos esperar por una mejor asignación de presupuesto? ¿Esperemos una regulación gubernamental y allí actuamos? ¿Otra novelera idea que se está poniendo de moda? Felizmente, aunque excepcionales, hay de los que dicen “vamos, esto es lo que anduvimos buscando”.
También se hace necesario precisar que varias empresas, que se ufanan en decir que están haciendo responsabilidad social, sólo exhiben acción social, obras de paternalismo y caridad mal entendida, haciendo un esforzado despliegue publicitario de maquillaje de imagen. Esto ocasiona desorientación y ausencia de información eficaz porque la sociedad, en la que se encuentran también los empresarios, percibe que eso, erróneamente, es responsabilidad social. Por fortuna, lo hemos constatado, un buen número de otros empresarios y ciudadanos comunes no se tragan esas ruedas de molino y saben analizar cuándo sólo se pretende maquillar la imagen y cuándo se es, de manera legítima, socialmente responsable.
Así como se difunden empresas socialmente responsables, también existen -por allí- publicaciones de observatorios y detractores que señalan, con detalle, a las empresas “socialmente irresponsables”; cuando uno echa una ojeada a aquello, se lleva ingratas sorpresas al leer allí nombres de organizaciones que, uno pudo pensar, eran socialmente responsables.
La aplicación de la responsabilidad social debe tener dos elementos indispensables: uno, la aplicación de un modelo, de un sistema, con requisitos cumplidos a cabalidad, verificables; y otro: el reporte, ojalá, celosamente apegado a indicadores universalmente aceptados, por exigentes y prestigiosos, por serios y motivadores. Lo uno sin lo otro, dará la percepción de falla, de algo inconcluso; además, generalmente, cuando el reporte se ha efectuado sin la implementación previa de un modelo, se convertirá en una compleja periódica recolección y exhibición de datos, de los que muchas veces sus mismos colaboradores internos no los conocen, peor, los entienden.
Para evitar que la RSE sea la paradoja de la que mencionamos al inicio, se vuelve necesario ir superando la etapa del descubrimiento e ir a la implementación técnica, metodológica. Esto requiere, indefectiblemente, antes de nada, de una decisión de la cúpula directiva; luego, un involucramiento resuelto y notorio de sus más cercanos gerentes; notorio porque el personal de apoyo, si no ve que la prédica está sustentada con el ejemplo y la práctica, no verá autenticidad en el proceso y adoptará actitudes de apatía y hasta de rechazo. Los mejores publicistas y propagandistas de la RSE de una organización son sus colaboradores, asimismo, sus peores detractores.
Concluyo con el mensaje de un gran ser humano: “todos somos testigos de los efectos de la triste sumisión humana a la mera apariencia, al relumbrón y a la absurda vanidad, pues esto trae insatisfacción y desencanto; quienes están llamados, en primer lugar, a mantener los valores trascendentes de una sociedad que ansía mejor futuro, son los que ostentan algún poder, en el ámbito que les haya correspondido… allí ¡otra paradoja que nos arroja la vida! esos son los que menos atienden ese llamado”. Siga leyendo >>>